03May

Una de las tantas cosas que trajo consigo la pandemia por COVID-19 fue un impensado “experimento” de trabajo remoto a gran escala, que produjo un alza sin precedentes de esta tendencia y obligó a compañías y gobiernos de todo el mundo a digitalizarse. En un principio, con millones de personas confinadas en sus hogares, el alivio para el ambiente se dio prácticamente por sentado. ¿Pero fue así verdaderamente?

Los primeros estudios reseñados por la Harvard Business Review revelan que el impacto en la sostenibilidad depende no de uno sino de varios comportamientos de los empleados, y destacan la necesidad de que las empresas vuelvan a analizar sus objetivos y políticas de sostenibilidad contemplando las particularidades del trabajo remoto.

Cambios tan radicales en el transporte, la producción y el consumo lógicamente provocaron reducciones de las emisiones mundiales de CO2 (en abril de 2020 cayeron un 17% en relación a los niveles máximos de 2019), pero esta tendencia pronto se desvaneció y los valores hoy están casi en los niveles previos a la pandemia, incluso cuando muchos trabajadores no regresaron —ni regresarán— a la presencialidad.

Con respecto al consumo de energía, el impacto de trabajar desde casa aún no está claro. Si bien algunos estudios encuentran un efecto positivo, otros indican una influencia neutra o incluso negativa. La realidad es que los parámetros de consumo varían y mucho: según las características individuales de los trabajadores, su grado de conciencia ambiental, el tamaño de la familia, la infraestructura del hogar, las calificaciones energéticas de la edificación y de los equipos, e incluso en función de factores situacionales como la ubicación geográfica y la estación del año (que determina un mayor o menor uso energético para calefaccionar/enfriar los ambientes, según el caso).

En cuanto a la movilidad, la reducción de los desplazamientos diarios que significa un mayor porcentaje de trabajo remoto efectivamente redunda en beneficios ambientales. Sin embargo, se deben contemplar posibles cambios en las emisiones derivados de un potencial incremento de viajes de negocios en entornos híbridos (asistencia a eventos y conferencias, reuniones presenciales  —y en muchos casos internacionales— para la “construcción de equipo”, etc.).

Un estudio sobre la huella tecnológica estimaba que, en el período pre pandemia, un usuario típico generaba 135 kg de CO2 al enviar correos electrónicos cada año, lo que equivale a conducir unos 320 kilómetros en un auto familiar. Hoy las necesidades tecnológicas han cambiado: menos gente en las oficinas en general se tradujo en un mayor número de interacciones online y, por consiguiente, en un número más alto de emisiones de ese tipo. Pero si bien el consumo de recursos digitales, como las videoconferencias, quema una cantidad considerable de energía en los centros de datos, los investigadores sostienen que el impacto neto sigue siendo positivo, ya que las llamadas de Zoom emiten sólo el 0,6% de las emisiones de carbono generadas en un viaje tradicional.

Asimismo, durante la pandemia se comprobó que los empleados adoptan prácticas de residuos más sostenibles en casa que en la oficina (menor uso y descarte de plástico, mayor reutilización y reciclaje). Así, se deduce que el trabajo remoto tiene un impacto ambiental neto positivo en los comportamientos de gestión de residuos, aunque también existe el riesgo de un aumento de los residuos electrónicos y eléctricos (que en la actualidad, a nivel mundial, se estiman en 50 millones de toneladas anuales, de las cuales solo el 20% se recicla formalmente).

Como los hogares representan la esfera privada de los empleados, las organizaciones tienen que actuar con cuidado para no extralimitarse, pero sin dudas pueden establecer guías que promuevan el bienestar de sus equipos, a la vez que apuntan a cumplir con sus objetivos de sostenibilidad. El envío de tips para reducir emisiones (tales como el uso de ordenadores e iluminación eficientes, sugerir acercar el escritorio a alguna ventana para trabajar con luz natural, desenchufar los equipos cuando no estén en uso, etc.) será útil para todos los empleados. En tanto que políticas más fuertes van a depender de las actividades específicas de la empresa. Así, si se utilizan muchos equipos, vale la pena promover la gestión de residuos tecnológicos; si se realizan muchos viajes, cabe analizar su necesidad, el uso de transportes más eficientes, etcétera.  

Concretamente, lo crucial es que las compañías identifiquen las circunstancias individuales de sus empleados a la par de las características de sus operaciones de negocio, para así identificar los comportamientos más relevantes a los que vale la pena apuntar. Es por esto que el camino implica no solamente poner atención a las circunstancias específicas de los empleados para entender mejor la dimensión de sus impactos ambientales; también resulta determinante instalar una cultura de sostenibilidad a través de guías y políticas claras que permitan a la empresa lograr los objetivos de sostenibilidad propuestos.

María Chehín

Periodismo y Comunicación Institucional

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